texto Héctor Acuña
Cuerpos de (super) hombres, junglas insondables de vellos, pechos hinchados con tetillas hiper expuestas, quijadas cuadradas verdosas o negras, manotas colgantes, venas inflamadas de sangre, ojos pequeños que perfilan una mirada no pensante, solo el perder-se(r) en la excitación más sublime, vergas magnificadas, culos hambrientos y expectantes, y ahí están, opacando toda esta exaltación pictórica: los pies fetiche o “Palanca feet” que por fin decapitan al rey falo. Un carnaval de los sentidos de un alto paroxismo visual-sensual (ver-tocar con la mirada) que, sin embargo, guarda aún esa ingenuidad de niño malcriado y juguetón que no teme explorar una sexualidad desbordada y difusa.
Los hombres Palanca (Pedro Santillana) habitan y configuran un mundo extremo de hiper masculinidad, pero no de una masculinidad propia de la heteronormatividad tanática (dotada del poder de dar muerte a los súbditos), sino de una exaltación del placer por el placer en sí mismo cuya impronta magnificada resume una búsqueda incesante de libertad de la forma y por ende, del ejercicio de nuestro propio placer como derecho legítimo puesto en jaque por los sistemas de control.
No me gusta pensar en Palanca como el Tom of Finland peruano. Las comparaciones son inevitables, pero, en este caso, la marginalidad y perversión de su mundo recreado nos remite irremediablemente a sensaciones de mayor cotidianeidad y cercanía, a esas experiencias carnales super pobladas de piel-memoria, de costumbres atípicas del “cazador” nato y neto cuyo despliegue de afanes por ligar en los momentos y lugares menos inesperados se convierten en máximas de una vida licenciosa por tanto tan válida como cualquier otro estilo de vida. Mucho se habla de la costumbre típica del limeño promedio de tender a la hipocresía, de no llamar las cosas por su nombre, de temer el juicio social. Palanca expone vía esta hiperrealidad esa arrechura convulsa que todxs llevamos dentro.
A medio camino entre la materialidad carnal exacerbada y un misticismo sexual inusitado, el trabajo de Palanca se inscribe dentro de toda una nueva historicidad marika-disidente peruana; la profusión de los sentidos, cuerpos y placeres vislumbra una belleza encarnada donde trazo, línea, forma y silueta conllevan a una disipación del ser en la locura de ver-tocar y la seducción por el exceso.
A esto se añade además su enorme afición por el fetichismo de pies y una práctica de caza recreacional inventada por él mismo: el “street stalking” que consistía en registrar fotográficamente a idóneos mancebos callejeros —de preferencia estibadores, cargadores, vagabundos o delincuentes— en su estado natural y sin que ellos lo notaran a través de un ingenioso sistema de cámara fotográfica con forma de celular que Pedrito ponía junto al oído simulando una llamada disparando su flash certero a 45 grados de la víctima-trofeo.
Pedro Pedro, tantas veces Pedro, “el acechador” ingenuo e infantil, tan amable y risueño, poseedor de un trazo magnífico, adorado y ovacionado en las ferias de Tom of Finland, amante de la música de vanguardia, los comics y films de culto, nosotrxs “las monstruas” te vamos a extrañar mucho…
*Artículo publicado en la revista Crónicas de la Diversidad N° 4, agosto-setiembre 2014.