Por Gianna Camacho García
Ayudados por la tecnología me deja entrar a su hogar a través de una vídeollamada*, paradójicamente para desconectarnos de las redes y conversar a solas sobre una de sus grandes pasiones, escribir; pero además de hablar de sus publicaciones, nuestra cita entrevista me permite conocer al hombre churro detrás de los personajes femeninos que han protagonizado sus historias, por supuesto, algunos son mujeres trans. Espero no estar entrando a una relación tóxica.
Veo su foto en la solapa de su último libro y se me escapa un suspiro. Javier Ponce Gambirazio nació en Lima hace 52 años, es cineasta, psicólogo clínico y escritor, ha publicado nueve libros y siempre se ha expresado gracias al arte, primero con la música, luego a través de su notable don para contar historias, cabe precisar que inició su carrera literaria con poesías (Cuatro Tazas de Café – 1994), y a la par también nos ha ofrecido producciones audiovisuales como documentales y cortos.
Si bien “Cuatro Tazas de Café” fue su primer poemario, y de paso el último, solo pasaron cuatro años para que mi esposo Javier pasara a los textos narrativos, dispuesto a ofrecernos cuentos que descuadren al lector, en “La Música que No Escuchamos” (1998) conocemos personajes poco convencionales, un intolerante que le mutila el índice a la mujer que ama; un feo que odia a la Cenicienta; una profesora que tortura de amor a su hermana inválida, entre otros, que aparentemente no cuentan con una pizca de cordura.
Su segundo libro no solo nos ofrece cuentos cortos, sino que además nos permite conocer cómo funciona y qué pasa por su mente, de aquí en adelante cada libro forjaría su carrera y nos mostraría a personajes que en otras ficciones no serían protagonistas de nada, incluidos personajes femeninos atípicos, que se encuentran lejos, muy lejos de los estereotipos de lo que significa ser mujer.
“En Amapola (1999) descubrí que usar una voz femenina me permitía mostrar una serie de cosas como el sentido del humor, el ser contradictorio y el poder burlarme de mi situación precaria, que como narrador no podría. Ese fue el primer descubrimiento y lo hice a través de una mujer de nacimiento, en las siguientes novelas vendrían mujeres trans como personajes, que en esa época llamábamos travestis”, precisa el autor.
Tras la acogida de “Amapola” y de descubrir la forma en que Javier aborda la feminidad, no sorprendió que sus dos siguientes publicaciones, “Un Trámite Difícil” (2006) y “Una Vida Distinta” (2006), vieran la luz gracias a la reconocida editorial española Pre-Textos. Ambas historias se centran en los conflictos, sentimientos y pensamientos de las travestis protagonistas.
“En Un Trámite Difícil descubro a la travesti que llevaba dentro”, revela Javier y tras esto pienso por primera vez que el translesbianismo podría resultar excitante, pero en lugar de interrumpirlo y contarle lo que me acaba de pasar por la cabeza, lo dejo seguir. “No es que sea o haya sido una mujer trans pero todos los gays en algún momento hemos jugado a disfrazarnos, a vestirnos y a ver qué tal nos queda, y descubres que te pareces a tu mamá cuando estás vestida”, dice entre risas.
También aclara que “tiene una mujer trans que se activa literariamente”, una “travesti literaria” como él la describe, pero sabe perfectamente que no podría compararse, por ejemplo, a lo que siente una joven trans echada de su casa y obligada a prostituirse. Eso sí, recuerda que durante su niñez y adolescencia se preguntó si en realidad era mujer, sin embargo, años después descubriría que no toda persona que se identifica como hombre y se siente atraído por otro hombre es mujer, más bien encontró otra palabra que lo describiría mejor, rosquete.
Por supuesto no me atreví a preguntarle si era un rosquete activo, pasivo o moderno, durante los próximos minutos quise pensar que sería la primera de las tres opciones.
“Escuché la palabra rosquete y pregunté ¿qué cosa es ser rosquete? Y me dijeron, rosquete es un hombre a quien le gustan otros hombres; entonces ‘eso soy yo’, dije”, cuenta sin sentirse insultado ni mucho menos. Si bien sabe que corre un cierto riesgo al retratar personajes LGBTI, sobre todo porque se puede reforzar los estereotipos creados alrededor de ellos, cabe destacar que Javier no se ha colgado de la orientación sexual o identidad de género de sus protagonistas para retratarlos.
En 2013 publicó “El Chico que diste por Muerto”, también en España pero esta vez con ZUT Ediciones, donde narra la historia de un chico que estaba enamorado de su hermano que lo violaba y a quien le toca pasar por situaciones igual de escalofriantes, todo para terminar ajustando cuentas consigo mismo y con el mundo, nada más y nada menos, que frente al cadáver de su madre.
En Nueva York, junto a otros autores, publicaría “Un Realismo Transversal: Doce cuentos Metaliterarios” (2015). Con éstas dos publicaciones internacionales a cuestas, Ponce Gambirazio sintió que sus próximos libros verían la luz con mucha más facilidad en el Perú, pero fue absolutamente lo contrario; supo lo que es que te den un portazo en la cara.
“Cuando vine a Lima con todo ese currículum, di con editores peruanos que no querían nada conmigo, no querían nada con mis historias, no querían nada con algo distinto. Son homofóbicos de closet, porque no dicen abiertamente que lo son, sin embargo, cuando viene un escritor gay, entonces se aterran y creen que las señoras del Regatas van a salir corriendo, lo que dicho sea de paso es mentira, porque todas esas señoras han leído mis libros y se han cagado de risa”, denuncia.
“Me estuvieron hueveando seis años con una novela que se llama ‘Monólogo de una Mujer que se Hunde’, luego durante tres años, y bajo la promesa de que me publicarían, me huevearon con ‘El Cine Malo es Mejor’, hasta que me di por despedido y me fui a publicar por mi cuenta”, subraya el escritor que hasta este momento no se ha dado cuenta que hace rato que lo dejé de ver como entrevistado.
Efectivamente, si bien “Monólogo de una Mujer que se Hunde” aún no ha sido impresa, Javier Ponce decidió sacar su propio sello, Testigo 13 Ediciones, y en 2018 publicó su primer producto, “El Cine Malo es Mejor”, el cual se convirtió en un éxito. Quizás al público le gustó que sea un híbrido entre un libro y una película, o probablemente les enganchó la mezcla literaria de humor y horror, o puede ser que sencillamente les sedujo la descripción ‘formal’ que le dio su autor:
“Esta novela-disparate es un atentado terrorista contra la dictadura de lo políticamente correcto. Aquí no hay eufemismos. Las cosas son lo que son. Un enano, una gorda, un homosexual, un negro y un extranjero viven presos de sus estúpidos rencores. Liderados por un sicólogo sin escrúpulos ejecutarán la venganza que promete reparar sus cerebros podridos por el rechazo. Una fiesta de horror y violencia. Pero no por eso deja de ser una fiesta”.
No te sientas culpable si algo de eso te está animando a leer “El Cine Malo es Mejor”; no eres tú, es él, el autor, échale la culpa así como yo se la estoy echando por despertar en mí algo extraño que nunca he sentido, ser literariamente mandada, sometona, etc. Sigamos.
En su última entrega, “Lo tenemos levantado hacia el Señor” (2019), los protagonistas de la historia se encuentran rodando una película en la que la Virgen María es interpretada por Divina Lima, la travesti más bonita del país, y la elección de la peculiar actriz está ingeniosamente justificada, pues, al no tener útero solo un milagro la podría hacer concebir. ¿Acaso esta referencia es una crítica directa hacia la Iglesia católica?
“La Iglesia católica con sus propios errores, sus propios delitos, sus propias maldades a lo largo de la historia se ha criticado y bombardeado sola, no he tenido yo que hacer el trabajo. Finalmente, yo tampoco critico, ni estoy en contra de que la gente tenga alguna fe religiosa o algún tipo de espiritualidad, que siempre va a ser algo que nos ayude a soportar la pérdida de gente que uno quiere o, en momentos terribles, tener la esperanza que hay alguien superior que te puede ayudar. En momentos difíciles como éste (pandemia por el COVID 19) es la ciencia la que nos va a salvar de este problema, es la ciencia la que salva vidas”, explica Javier.
Sin embargo, el también psicólogo, agrega, “la espiritualidad no es algo que yo rechace como un mecanismo psicológico, porque más allá de la muerte la ciencia no tiene nada qué decir y ahí es donde pueden entrar la religión y la espiritualidad a tallar, el problema es cuando la religión entra a tallar antes de la muerte, en la vida civil, en la vida sexual o en los tratamientos médicos”.
¿Personas LGBTI seguidoras de la Iglesia católica, es contradictoria esa relación? Javier considera que no ya que “cuando la vida falla, cuando la vida se convierte en un infierno y cuando la vida se vuelve una mierda, uno necesita recurrir a ciertas estrategias, a ciertos bastones y la religiosidad es uno de ellos”, precisa. Él es ateo así que vestida de blanco ante un altar con él nunca llegaré, resignación no más, qué me queda.
Es imposible que con tan poco sobre Javier Ponce Gambirazio hayamos entendido al hombre gay/travesti literaria que pasa horas de horas escribiendo lo que su mente –retorcida quizás, pero su mente, al fin y al cabo– le dicta.
Hice el intento de escribir bonito sobre él, aunque ahora que lo conozco eso sería casi un insulto, diré entonces que para retratarlo apelé a mi gusto por lo raro, lo amorfo, lo incorrecto y es que luego de escucharlo no siento tan descabellada la idea de que él podría ser el padre de mis hijos.
*Aquí puedes ver el video de la entrevista: