Nathanael Peralta Luis
Como coeditora de la primera antología de literatura contemporánea de temática lésbica Voces para Lilith (2011) junto a Melissa Ghezzi y la antología de narradores hispanoamericanos Escribir en Nueva York (2014), autora de las novelas La sangre de la aurora (2013) y 1814, año de la independencia (2017), y el libro de relatos Coordenadas temporales (2016), Claudia Salazar es una de las figuras capitales de la literatura peruana contemporánea. Profesora de literatura en New York, ha logrado cohesionar su trabajo riguroso como académica y su talento como creadora para componer un proyecto estético bien perfilado y con una crítica mordaz a la historia reciente del Perú, las representaciones de los márgenes y la visibilización de la voz femenina como eje central en su producción literaria.
Existen múltiples méritos en la publicación de Voces para Lilith. Por una parte, la cuestión homosexual ha estado mayormente dominada por lo masculino y sus deseos representados en las artes; la mujer con una sexualidad visible siempre ha sido estigmatizada por la negación de sus deseos; es por ello que cualquier expresión artística desde la homosexualidad femenina (lesbiana) es la representación de una doble marginación dentro del status quo de la sociedad: ser mujer y lesbiana, una contribución importante para la visibilización de la diversidad homosexual. Por otra parte, la antología resulta de un trabajo sobresaliente de selección y edición para con los países y sus representantes, lo que permite una mirada focalizada sobre cómo se observa la realidad y ficción lesbiana en la región; la voces recogidas en el libro son de Argentina: Mariana Docampo, Macky Corbalán, Vanesa Guerra, Susana Guzner, Paula Jiménez, Valeria Flores, Irene Ocampo, Marian Pessah, Alicia Plante, Gabriela Robledo, Reina Roffé, Dalia Rosetti; Bolivia: Rosario Aquim; Brasil: Karina Dias, Lúcia Fracco, Stella Ferraz, Fátima Mesquita, Lara Orlow; Chile: Ivonne Coñuecar, Silvia Cuevas, Yolanda Duque, Malú Urriola; Colombia: Tatiana De La Tierra, Clara Giraldo, Lucía Lozano, Piedad Morales; Ecuador: Aleyda Quevedo; Perú: Violeta Barrientos, Esther Castañeda, Maria Luisa del Río, Mariela Dreyfus, Melissa Guezzi, Karen Luy, Norma Mogrovejo, Carmen Ollé, Tilsa Otta, Morella Petrozzi, Jennifer Thorndike, Esther Vargas; Uruguay: Virginia Lucas, Cristina Peri Rossi; Venezuela: Marianela Cabrera, Dinapiera Di Donato, María Delgado, Gisela Kozak, Eleanora Requena y Ely Zamora. Finalmente, este tipo de antologías son escazas dentro de la literatura latinoamericana; sin duda, al ser la primera en su tipo, marca un hito importante, el cual es necesario para rellenar los vacíos aún vigentes de la historiografía literaria en el continente.
Continuando con la misma dedicación para con la visibilización femenina desde la deuda histórica, Claudia Salazar irrumpe en el panorama literario con la novela La sangre de la aurora, texto sobrecogedor sobre la violencia interna que azotó al Perú a finales del siglo pasado. ¿No se ha escrito demasiado sobre la violencia interna?, ¿puede agotarse un tema dentro de la literatura? La respuesta es contundente: no. La autora nos lo demuestra con este texto, pues, no es el tema per se por lo que el texto tiene sus méritos, sino por la forma en la cual están escritos los fragmentos que lo componen. Desde una marcada oralidad: “[…] crac filo de machete un pecho seccionado crac no más leche otro cae machete puñal daga piedra onda crac mi hija crac mi hermano crac mi esposo crac mi madre […]”, Salazar construye las voces femeninas de las protagonistas que desnudan el panorama de la violencia desde todos los márgenes: Marcela, preocupada por la situación social que la rodea, deja a su familia y se une a un grupo terrorista; Modesta, mujer de la sierra cuya familia fue asesinada por un grupo terrorista, también recibirá la indiferencia y violencia del estado; y Melanie, reportera de sexualidad ambigua (¿lesbiana/bisexual?) que viaja a buscar la verdad detrás de lo que ocurre con los grupos terroristas al interior del país. Todas estas mujeres mantienen una tensión con su entorno, donde la violencia que se ejerce sobre sus cuerpos resulta en una muestra sincera y genuina sobre la representación femenina dentro del conflicto armado interno. Uno de los pasajes más resaltantes del texto es, sin lugar a dudas, la otra dimensión de la voluntad femenina en un espacio falogocéntrico como es la tradición heterosexual en el Perú: “Sentí que había llegado el momento. Esa noche, mi esposo se tendió en la cama. Sentí sus labios aproximarse a mi cuello, iniciando el ritual nocturno que me drenaría energías necesarias para la revolución. Él acomodó su cuerpo sobre el mío y me separó las piernas ávidamente. Cuando sentí que sus manos avanzaban hacia mi ropa interior, abrí los ojos y lo fulminé. -No me toques”. Ciertamente, la cita constituye una muestra de la inversión de la dicotomía sexual del sujeto pasivo/activo, donde la mujer se constituye dueña de sus no deseos y el hombre pasa a estar sujeto a la decisión firme de la mujer.
Evidenciar tanto el deseo lesbiano como la multiplicidad de voces femeninas dentro de la narrativa peruana contemporánea es uno de los tantos aciertos en el proyecto estético de Claudia Salazar. Muestra permanente de que no es imposible encontrar textos sobrecogedores y, a la vez, hermosos; tal vez, una de la múltiples metáforas con las cuales está hecha la vida misma.