Políticas para visibilizar una ausencia (o cómo contar un duelo en un suspiro). Reseña de Madalena, ópera prima de Madiano Marcheti

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Escribe Sophia Gómez Cardeña

La naturaleza. El cielo. Campos de soja que abarcan toda posibilidad de visión. Animales que saben más que los humanos. Humanos a los que los asusta saber. Y Madalena, una mujer trans, ausente para todos. 

Madalena (2021), largometraje de ficción ganador del Premio a Mejor Ópera Prima del Festival de Cine de Lima y del Premio Gio a Mejor Interpretación (también en el marco del festival), es un film que no deja impávido al espectador. El director Madiano Marcheti (Mato Grosso, Brasil) ha logrado con Madalena una obra de características singulares, augurando el inicio de un cine de autor, con una mirada propia y una propuesta original a nivel de estructura narrativa y visual.  

La película inicia con un plano hipnótico: la naturaleza, rotunda, entre la insignificancia de lo humano. Son los campos de soja de Mato Grosso, también la presencia de avestruces recorriendo el espacio, pero aún más la figura de un cuerpo -o un resto de vida- que insinúa desde el comienzo que habrá algo irreconocible, que no veremos con claridad. La ausencia es el elemento que atraviesa de manera más elocuente el film: es la historia de una desaparición -de la que no sabemos cómo, de la que no intuimos el por qué- que tiene como protagonista a una mujer trans. 

Madalena desaparece en un contexto social particular: una ciudad en donde la pobreza y la explotación de los campos por el sembrío de soja marca el destino de sus habitantes; en donde el estado, la ley y las posibilidades parecen invisibles. El modelo de agronegocios nos muestra un desarrollo desigual en la distribución del poder. Cada uno de los tres personajes que articulan el film – Luz, Cristiano y Bianca- se posicionan de manera distinta ante este influjo. El otro gran eje que los diferencia es el impacto que causa la desaparición de Madalena en sus vidas. 

En este aspecto, la estructura narrativa del film marca un camino interesante: Luz, Cristiano y Bianca viven en la misma ciudad, pero sus historias no se tocan, como si sus lugares espaciales y subjetivos fueran absolutamente ajenos unos de otros. Esta forma de narrar sirve para replicar el efecto de las jerarquías sociales en sus vidas y para acentuar lo que sí comparten: la ausencia de Madalena. 

Póster

Entonces, ¿cómo se posicionan los tres personajes ante la desaparición de Madalena? Marcheti construye puntos de vista claramente distintos: la perspectiva de la intriga, la del ocultamiento y la de la búsqueda. El film inicia con la historia de Luz, una mujer que trabaja administrando la discoteca del lugar y que tiene un vínculo comercial con Madalena: acude a su casa para cobrar alguna deuda, sin encontrarla. Para ella, la desaparición de Madalena supone una intriga, la sospecha de una amenaza hacia las mujeres -hacia la mujer que también es ella- en aquella ciudad. Algo en la manera en la que los hombres tratan a las mujeres -la insistencia de un cliente para entrar a la discoteca, la visión de Madalena en la discoteca al lado de un hombre- algo en la monotonía de los días son pistas que sugieren ese peligro.  Sin embargo, la intriga no lleva a una acción: Luz recuerda a Madalena (ella se le aparece) pero no la busca. Desiste, también, de abandonar la ciudad porque “no sirve de nada irse, en todos lados es una mierda”. Luz no se mueve, permanece en una posición fija, esperando por un destino que parece inevitable, rotundo. Un destino al que solo se le puede observar mientras sucede. Así termina su historia. 

Luego, aparece Cristiano, protagonista de la segunda trama que articula el film. El único hombre, también, distinguible entre la masa de hombres que habitan la ciudad y trabajan en el sembrío de soja. Él es el dueño de uno de los campos y, por lo tanto, el que domina. Sin embargo, hay algo en este personaje que no calza del todo con el prototipo de masculinidad dominante: cierto sentido de inconformidad con el rol que ocupa en su poderosa familia, cierta duda sobre su destino, cierto temor que se intensifica ante el encuentro con el cuerpo de Madalena. Madalena aparece y lo cambia todo. Vemos la debacle de la masculinidad hegemónica en las acciones que siguen a ese descubrimiento: la falta de control ante la situación, el consumo de sustancias como forma de evasión y simulacro de valentía, el pavor de que el descubrimiento del cuerpo -para él, sin identidad- de Madalena ponga en peligro a su familia. Cristiano trata de ejecutar un plan para ocultar, mejor dicho, volver a desaparecer ese cuerpo insistente, pero se intuye el fracaso: algo en él se torna errático, impreciso, ante lo que ha visto. Cristiano no volverá a ser el mismo. 

Por último, la historia de Bianca (interpretada por Pamella Yule), un personaje que ya se anuncia desde la segunda trama-irrumpiendo con su voz en la historia de Cristiano- como lo que es: alguien que busca a su amiga. En esta última parte de la película lo que de disputa es la posibilidad de despedir a Madalena, a quien conocemos recién en ese momento gracias a su grupo de amigas. Este es un aspecto que es preciso resaltar: para Luz y para Cristiano, Madalena es un espectro, un problema. Y así lo muestran al espectador. Una narrativa distinta aparece con el personaje de Bianca: Madalena empieza a tener una historia, una manera de ser, una familia elegida. Y comienza a ser para sus amigas, en ese ritual de despedida que es heredar las cosas de Madalena, un recuerdo. En otras palabras, lo que inaugura esta última parte del film es un trabajo de memoria y de despedida de aquella amiga que ha muerto, pero no a través de apelar a lugares comunes (el desborde emocional, la tristeza explícita) sino a partir de otros códigos, más íntimos y genuinos, de la disidencia sexual a la que Madalena pertenecía: las anécdotas de la que ya no está, las risas al recordarla, la ceremonia-ritual de levantar su casa (y con esto, repartir sus cosas y su gato), el viaje entre amigas para dejar algo de Madalena en la naturaleza (un collar en el agua).  El silencio y las miradas. Un suspiro de Bianca y el espectador sabe, lo siente, el dolor por otra amiga muerta. Hemos sido parte de una despedida que fue a su vez un homenaje. Un duelo diferente. 

Como si esta propuesta no contuviera ya una agudeza y potencia narrativa resaltante, la película insinúa también otro punto de vista sobre esta ausencia: el no humano. Queda claro que estos tres personajes, independientemente de su relación con Madalena, no pueden saber lo que le pasó, ni la acompañaron en sus últimos momentos de vida. Son lo no humano -las avestruces, el gato de Madalena, los campos de soja, los drones, las máquinas agroindustriales- quienes saben. Con una precisión en el tratamiento visual, -que recuerda a la narrativa de ciencia ficción y distopía- los animales, la naturaleza y la tecnología (los drones volando y dando una vista distorsionada y panorámica de la ciudad) son testigos privilegiados de aquello oculto a la vista del espectador, de la violencia y de lo irrepresentable de la muerte de Madalena.  

Finalmente, Madalena es también una película sobre el no futuro. No solo por la desaparición de Madalena, que implica ya un borramiento de cualquier posibilidad de vida más allá del presente contado en el film, sino por la relación particular con el significante futuro para los tres protagonistas.  Las historias de Luz y Cristiano dan pistas sobre la posición en la que se encuentran: perciben lo venidero como un no futuro, entendida esta categoría como un destino irrevocable, en el que las cosas no cambiarán y en donde sus papeles están fijos, sin importar lo que hagan. Una escena elocuente- la de un grupo de hombres, con sus motos estáticas, pero encendidas y rugiendo a todo motor- sintetiza la metáfora de ese no-futuro: vivir en ese estado de cosas implica perder la potencia, gastarse la vida, en nada. 

Ante esta suerte de desilusión, Bianca, nuevamente, representa una diferencia. Es esa esa última historia, a través de la voz de esa mujer trans, donde se disputa la posibilidad de un futuro diferente. Bianca es el único personaje que tiene esperanza por el futuro venidero y sostiene este deseo, afortunadamente, a pesar de la información que le da la realidad (la desaparición de Madalena, los comentarios de una amiga). Bianca, una convencida de la vida. Una mujer que ve la incertidumbre de lo que aún no ocurre como una posibilidad. 

La opera prima de Madiano Marcheti enhebra, de manera muy fina e inteligente, estos tópicos. El gesto final -o movimiento primero, según desde dónde se lo vea- de colocar el nombre de la desaparecida Madalena como título de la película, no hace más que fortalecer la propuesta narrativa del film. El nombre hace presente una ausencia, lucha contra la clandestinidad de las desapariciones de mujeres trans para posicionarlas como centro, en el lugar donde deben estar: visibles y reivindicadas.

Para conocer más de la película puedes ver aquí la entrevista que el día 28/8/21 Sophia Gómez y Ángela Luna le hicieron a su director Madiano Marchetti:

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