por Gustavo Ochoa Morán
Sergio Faz (México, 1975) es poeta, narrador y traductor. Ha trabajado en las artes escénicas, traduce y dirige el sello ultraindependiente piranha editora y colabora con la revista electrónica de poesía Arvoressências. Entre sus libros de poesía están Formas suspendidas (2011), como una sombra liberada (2017), noche oscura del cuerpo (2019) y tierra seca (2020). Vendrá el olvido es su primera novela publicada y ha sido editada en 2022 por la editorial amiga Gafas Moradas. Desde Crónicas de la Diversidad, aprovechamos su visita al Festival de Poesía en Chepén 2024 y la presentación de su novela en Lima para charlar con él.
Gustavo: Hola, Sergio. Gracias por aceptar tener esta conversación con nosotrxs. Por favor, ¿podrías presentarte ante el público lector de nuestra plataforma?
Sergio: Soy Sergio Faz. Nací en el noreste de México, en el norte del Estado de San Luis Potosí en 1975. Viví allá hasta los 15 años, pero, luego, me trasladé a la ciudad, que se ubica unos veinte kilómetros más al sur. Después, me fui a Estados Unidos y retorné a México luego de seis años. Me he mantenido todo el tiempo en movimiento. Me cuesta mucho estar en un solo sitio. Es parte de mi naturaleza. Y, por ese mismo nomadismo vine a Lima la primera vez en 2016. Y gracias a las relaciones que desarrollé en aquel entonces es que estoy aquí nuevamente.
Gustavo: ¿Podrías comentarnos cómo surgió tu vocación por las artes?
Sergio: Creo que desde siempre tuve la idea de escribir. Recuerdo que, desde niño, yo replicaba los cómics que leía: El libro vaquero, El libro semanal, Kalimán, Condorito, Capulina, Zor y los invencibles, Memín y, a partir de estos, escribía historias. Desde siempre, he estado escribiendo de manera libre. A los 26 años, empecé mi trabajo como bailarín para una compañía de danza contemporánea. Sin embargo, casi una década después, lo dejé porque estaba llevando talleres de escritura de forma paralela. Entonces, empecé a dedicarme mucho más a escribir, sobre todo poesía.
Gustavo: Claro, sé de tu experiencia como poeta y que esta no es tu primera publicación. Ahora bien, coméntanos cómo se dió tu paso a la narrativa.
Sergio: Vendrá el olvido es la primera novela publicada que forma parte de una trilogía con otras dos novelas aún inéditas. Salar, de 2012, que la inicia, narra la historia del protagonista desde su nacimiento hasta los 15 años cuando deja el lugar de origen. Vendrá el olvido, la segunda, la empecé a escribir en 2016, la retomé en 2019 y, finalmente, se publicó en 2022. Y la tercera es Trenos para un hombre que olvidó cantar, que narra la relación del protagonista con su padre y la acabo de terminar hace unos meses.
Gustavo: ¿Cómo fue la génesis de tu novela? ¿Sabías desde el inicio de qué iba a tratar?
Sergio: Vendrá el olvido responde a la idea de que en algún momento todos seremos olvidados. Con la muerte, se borra la memoria que tienen de nosotros. Y, en este caso, el tema es la muerte de una madre y cómo su recuerdo se pierde, sobre todo en el caso de los hijos homosexuales que no traemos una descendencia que la perennice. Lo que yo recuerde de mi madre se quedará y se borrará conmigo. De ahí viene el título de la novela, que decidí ni bien empecé a escribirla. Otro asunto es que las personas que no tenemos hijos vivimos el duelo de una manera diferente a quienes sí los tienen. Creo que el duelo para nosotros suele ser más doloroso puesto que no podemos expresarlo ni contamos con un acompañamiento especial. No tenemos hijos o una pareja con la que podamos pasar y compartir el luto. Asimismo, la novela desea poner en claro lo que yo recordaba de mi madre, porque yo tuve una relación bastante difícil con ella. Incluso, a medida que iba escribiéndola, descubría que la dureza con la que nos tratábamos era una forma un poco cruel de decir cuánto nos apreciábamos y nos queríamos. Escribir la novela fue, en suma, rendir cuentas, hacer las paces con ella, y concluir ese ciclo.
Gustavo: ¿Hay elementos autobiográficos en tu novela o esta es directamente un texto autobiográfico?
Sergio: Un muy alto porcentaje de la novela es biográfico. Las partes que no son biográficas corresponden a ciertos mecanismos que inserté para que pudiera funcionar en la lectura. Diría que son como las bisagras o las costuras que van uniendo al texto. Por ejemplo, los episodios cuando el personaje conoce a la pareja o algunas situaciones con los amigos bailarines son ficción. Pero, en el fondo, corresponden a partes muy pequeñas. Ahora bien, yo creo que todo recuerdo tiene algo de ficción, porque no lo recordamos de la misma manera cada vez, siempre le vamos alterando algo. En nuestra forma de hablar, si le contamos un evento a varias personas, siempre será con narraciones distintas. En definitivo, habrá una alteración. Así que creo que toda escritura de autoficción o biográfica es una ficción de la realidad. Y una de las razones por las que esto sucede con la memoria es porque se trata de un mecanismo nuestro para protegernos. Puede ayudarnos a diluir el dolor y, como un bálsamo nos protege del duelo por una ausencia, por la pérdida o por la muerte.
Gustavo: Está claro que el tema en este libro es la relación con la madre. En el capítulo 2, las rememoraciones del narrador con respecto a ella comienzan a hacerse menos amables. El protagonista la ve como un ser tiránico e, incluso, llega a confesar: “la palabra «madre» es una cadena que intento romper”. Para ti, ¿cómo fue este proceso de deconstruir este concepto de la madre mexicana, tan establecido desde la cultura popular, y narrar la relación materno-filial desde esa complejidad?
Sergio: Una vez que nos independizamos, lxs hijxs debemos ver a los padres como adultos. Debemos empezar a verlos bajo otra luz y darnos cuenta de que son como otra persona más, con defectos, vicios y virtudes. Y, sobre nuestra madre, debemos tal vez dejar de lado esa imagen sagrada e intocable que no se debe romper y que, por otro lado, nunca quitará el amor que sentimos por ella. Debemos hacer una separación y verla como una mujer adulta que tiene sentimientos, necesidades y defectos, como cualquier persona. También, es preciso no enjuiciarla. A veces, a lxs hijxs nos incomoda muchísimo que alguien diga algo malo de nuestras madres. Y trato de explorar eso en la novela, porque, incluso, nos horroriza ver la parte fisiológica o sexual de nuestras madres y pretendemos verlas como personas perfectas. En una entrevista en México, me preguntaron: «¿por qué pones la imagen de tu madre orinando de noche?». A mí me parece una imagen hermosa porque ahí está la relación con el cuerpo de la madre, cuerpo del que el hijo fue expulsado al nacer. De igual modo, me cuestionaron el que narrara la copulación de los padres. Lo narro porque es algo que también sucede. Parece que nos cuesta aceptar la sexualidad en los padres, pero luego queremos que acepten la nuestra (risas). Pero, en general, creo que se debe a que las personas no tenemos una buena relación con la sexualidad. Nos cuesta asimilar nuestras preferencias y prácticas, y vamos poniéndole etiquetas a todo. Y terminamos haciendo lo mismo con nuestros padres, que ya tenían una práctica sexual antes de que nosotrxs llegáramos y que siguen teniéndola después.
Gustavo: Me parece importante seguir con el tema de la sexualidad, porque su narrador/personaje es un chico homosexual procedente de un entorno rural. Y un tema que surge es la homofobia, ya que es constantemente agredido por los hermanos y nunca llega a ser aceptado por la madre. A la vez, atraviesa procesos complejos, como la autoafirmación de su identidad, y una serie de duelos, todos en soledad. ¿En qué sentido viste necesario tocar el tema de la intolerancia dentro de las familias?
Sergio: El personaje presenta fracturas y duelos que son importantes de ver. Entre estos también está la ruptura con las parejas, algo de lo que no suele hablarse. En la novela, toqué el tema de que lxs hijxs heterosexuales pueden hablar de esas experiencias afectivas con las madres y reciben alivio de parte de ellas. Ocurría así, por ejemplo, con mis hermanos. Ellos sí podían comunicar un divorcio, casamiento, ruptura o el anuncio de un hijo por nacer. En alguna etapa de mi vida, tenía el sentimiento de querer compartir las rupturas con alguien cercano, como mi madre. Pero lxs homosexuales no contamos con ese soporte la mayoría de las veces ya sea porque la familia no lo proporciona o porque nos autoexcluimos. Solemos hablar del rechazo del entorno social pero nosotros somos los primeros en rechazarnos, tanto en lo individual como en lo colectivo.
Gustavo: Efectivamente, Sergio. Cuando leía varios pasajes, coincidía y empatizaba con lo que cuenta tu narrador, no solo desde mis experiencias, sino desde las que me han contado también otras amistades queer. De hecho, otros temas secundarios que se perciben en la novela son el acecho de la mirada ajena en la sociedad rural y la influencia del narcotráfico en estas zonas. Por eso, quisiera preguntarte cuánto observas tu entorno para hilar estas otras historias.
Sergio: El entorno es sumamente importante, a tal punto de que no podemos aislarnos de él. Es como un tejido cuyas hebras no podemos deshacer porque estamos dentro de él. Creo que lo social afecta nuestra vida privada, nuestra sexualidad y la manera en que nos relacionamos con otros. En cuanto al narco, es posible ver cómo ha permeado en la cultura, en las actividades y actitudes de los homosexuales en México y el mundo. Y está haciéndole mucho daño a la comunidad. Sobre todo, lo he percibido a raíz del confinamiento por la COVID-19. He sido testigo de un incremento de las muertes por sobredosis debido al uso de estupefacientes en la comunidad homosexual. Esto responde también a que durante el confinamiento muchos estuvieron solos y, volviendo al tema anterior, no han contado con el acompañamiento de la familia. Así, lo que era un uso recreativo de sustancias se ha convertido en adicciones y ha derivado en tantas otras consecuencias. Ahora bien, aunque el consumo siempre ha existido en todas partes, vemos que las sustancias se han vuelto más letales.
Gustavo: Cuando empecé a leer Vendrá el olvido, me generó curiosidad la estructura de tu novela, guiada por el monólogo del narrador personaje. Se trata de un acto de rememoración con dos dimensiones marcadas: el presente, con el descubrimiento del fallecimiento de la madre, y el pasado, con todo lo que se recuerda de ella. En esta fluctuación, ¿cómo llegaste a definir la manera de contar la historia?
Sergio: No suelo crear estructuras para escribir. Siendo honesto, soy muy poco estructurado para la creación. Mas bien, visualizo la escritura como un tendedero, como una cuerda donde voy colgando cosas y así voy incluyéndolas. Lo único que tenía claro es que deseaba contar lo que estaba sintiendo, que se trate más del sentimiento frente al recuerdo. Por ello, no había un orden inicial. Además, a medida que iba escribiendo, descubrí que podía reubicar ciertos pasajes.
Gustavo: Entrar a tu Instagram me ha parecido clave para conocerte como autor, porque en tus publicaciones compartes constantemente tus lecturas, entre las cuales podría enumerar mucha poesía: Whitman, Cavafis, Cocteau. En el fondo, no sorprende, ya que tu trabajo literario ha explorado mucho el lenguaje poético. En ese sentido, cuando leía tu novela, sentía también que la narrativa está afectada por la sensibilidad de la poesía. El lenguaje apuesta por hacernos sentir este ejercicio de la memoria desde otros sentidos, más allá de lo narrativo. Con respecto a ello, ¿cómo ha sido tu exploración del lenguaje al escribir y cómo fue el paso de la poesía a la narración?
Sergio: Yo creo que la poesía es muy necesaria para la narrativa. No podemos escribir una novela sin poesía. Hay novelas muy extensas sin poesía en las que uno no puede avanzar. Necesitamos ese trabajo en el lenguaje que nos lleve como navegantes sobre las olas. Para mi escritura es necesaria la poesía y no puedo avanzar si no hay un trabajo en el lenguaje. No puedo solamente contar. Sobre ello, viene a mi mente lo que le dijo a José Watanabe su madre una vez: «Envuelves la mierda en papel bonito» (risas). Es una manera de decir que voy a embellecer algo crudo, violento o difícil de contar. Además, creo que cada novela mía tiene que llevar algo que la haga distinta.
Gustavo: ¿Podrías comentar alguna lectura que haya marcado tu escritura o el trabajo para este libro en particular?
Sergio: Es una pregunta difícil. Hace un momento mencionaste a Cavafis, él es un autor griego súper importante. Si bien me gustan otros autores más, él sabe recrear el vacío y hacer retratos de la ausencia. Siempre está contando lo que ya sucedió: la relación con la pareja, los encuentros sexuales, el cuarto vacío. Su poema “Recuerda, cuerpo” es revelador de ese motivo constante en su poesía. Otro autor que ha sido fundamental para mí es el mexicano Luis González de Alba, quien tradujo a Cavafis y los sonetos de Miguel Ángel al español. Recomendaría mucho sus libros El vino de los bravos, Sol de invierno, Agapi mu. Y debo confesar que para la escritura de este libro releí la poesía de Enriqueta Ochoa y la obra completa de José Watanabe. Siempre leo mucha poesía.
Gustavo: ¿Podrías comentarnos qué avances o retrocesos ves en la expresión de las diversidades en las artes en México?
Sergio: Tenemos una basta historia de literatura de las diversidades en México. Desde las primeras crónicas en aquel territorio que aún no era México, los españoles ya daban cuenta de la homosexualidad y la intersexualidad en Yucatán o en las tribus nómadas del Norte. Durante la Colonia, también se registraron crónicas sobre el travestismo y la homosexualidad. Ya en el siglo XX, el mapa literario fue marcado por el grupo de Los Contemporáneos, cuya mayoría eran escritores abiertamente homosexuales, como Xavier Villaurrutia, Salvador Novo, Jaime Torres Bodet. Los setenta significó una década muy importante en la que se publicaron novelas con mayor calidad, como El vampiro de la Colonia Roma de Luis Zapata o las crónicas de José Joaquín Blanco. Los noventa fueron una época un poco rara porque se escribió desde el cuerpo sufriente, y esto a consecuencia de la crisis del SIDA. Y, en el presente, tenemos una literatura en la que las personas trans también se están manifestando. Entonces, cada vez que oigo que vivimos un inicio de la literatura LGBTQ+ en México, yo insisto en que siempre la hemos tenido. Solamente tenemos que hacer memoria. Retomando a Cavafis, debemos recordar a esos otros cuerpos que también supieron contarse y fueron amados.
Gustavo: Por lo visto, has tenido una relación previa con el Perú, ya que has leído a autores peruanos, como César Moro o José Watanabe, y llegaste, incluso, a crear una reinterpretación de Noche oscura del cuerpo de J. E. Eielson. Además, nos has visitado anteriormente para asistir al encuentro de poesía en Chepén. Cuéntanos, ¿cómo fue que tu novela hizo el trayecto hasta Lima y acabó incluida en el catálogo de Gafas Moradas?
Sergio: Curiosamente, en la novela, el protagonista también llega a Lima. Y llega por las mismas razones que yo llegué ahora a Lima, por la poeta Julia Wong. Yo vine en 2016 a visitar a un amigo muy querido, que entonces vivía aquí. Él me presentó a Julia, a distancia, y nos conocimos en persona en México porque Julia vivió en Guadalajara una temporada. Fui editor de uno de sus libros, Lectura de manos en Lisboa. Y, en 2021, con motivo de la FIL de Guadalajara, ella me puso en contacto con Lizbeth Alvarado y le recomendó mi texto para que lo publicara, lo que sucedió al año siguiente. Aunque en esa ocasión presentamos la novela de manera virtual, esta vez tendremos una charla presencial aquí en Lima. Pero sobre todo, me encuentro de visita para asistir a la XV edición del Festival de Poesía de Chepén, en La Libertad, un evento que organizaba Julia Wong. Este año, el festival le ha rendido un homenaje póstumo en su ciudad natal y hemos presentado su último poemario El libro aún no escrito sobre las mariposas. Por esas razones estoy aquí.//